Arte y salud
La función
terapéutica de la expresión artística posee efectos sobre personas de
diferentes edades y culturas. El arte es una forma de expresión natural e
inherente al ser humano, es una potencialidad que tiene pero que a menudo se ve
reprimida al pertenecer al nivel más bajo en la escala de valores de nuestra
sociedad. El acceso a la práctica del arte (y también a un acercamiento a este
desde el lugar de espectador) es de suma importancia.
El hecho de
pintar, dibujar o construir en la tridimensión proporciona a la persona un
espacio de concentración, sumiéndola en un estado similar a la meditación.
Cuando uno se fusiona con lo que está haciendo, uno deviene línea, deviene
color. Es capaz de ver el mundo desde otra óptica, de vincularse a la vida de
manera menos dolorosa.
En la medida
en que se ponen en juego cuestiones como la creatividad y la toma de
decisiones, se refuerza la autoestima. A esto se le suma la satisfacción del
trabajo terminado: es allí cuando uno toma conciencia del desarrollo de sus
potencialidades, de lo que ha sido capaz de lograr con lo que hizo.
La práctica
artística también ayuda a aprender a tolerar las frustraciones, el prestarse en
un juego de ensayo y error en el cual se aprende continuamente.
Recomiendo
el siguiente ejercicio para iniciarse en la práctica del dibujo: observar una
planta, y dibujar todo lo que ve en ella. No importa si las proporciones no
salen iguales, o si las formas son ligeramente distintas. La clave radica en la
concentración y en la conexión que se experimenta con lo observado, que no es
más que una prolongación de nuestro universo vital.
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